La robusta Ceiba de casi 200 años es tal vez el único testigo fiel y mudo de las vicisitudes de más de 160 esclavos, que en las décadas de los años 20, 30 y 40 del siglo XIX laboraban de sol a sol en las plantaciones del Cafetal La Dionisia, en la periferia de la ciudad de Matanzas, a unos 100 kilómetros al este de La Habana.
Unas 10 caballerías de tierra con aproximadamente 200 mil plantas del grano, eran atendidas por negros y negras, cuyos amos Francisco Rubier Durán y Dionisia Girauld Le Rua, de procedencia francesa, se esmeraban en vigilar y castigar, si algo salía mal.
Nemesio Guillén Suárez, hombre, de unos 80 años, que conoce los misterios de la tierra, de la Ceiba y del cafetal, creció en la finca escuchando de Victoriano, un esclavo que vivió más de un siglo, las historias de aquellos horrores que la vida le cedió suficiente tiempo para contarlos.
“Esta casa la construyó Rubier en el año 1820, quien tuvo nueve hijos, seis hembras y tres varones. Cuando en 1834 falleció Dionisia, con sólo 48 años, el hijo mayor puso al cafetal el nombre de su madre- cuenta Nemesio.
“Victoriano se encargó de narrarme en detalles cómo era la vida en el cafetal, en aquella época y debido al contrabando de esclavos, un negro llegó a valer hasta dos mil pesos en oro, por eso los amos implantaron el apareamiento forzoso, para que las esclavas tuvieran más hijos y poder venderlos…”
Nemesio Guillén, muestra las ruinas de los aposentos a donde iban a parir las esclavas, el almacén de café, depósitos originales de agua, lugar en el cual lavaban el grano antes de procesarlo, los grandes pilones, el secadero, la campana para despertar y recoger a los esclavos…
Los fragmentos de paredes del barracón largo y estrecho, constituyen imagen de prepotencia de los amos y la Ceiba muy cerca, la rebeldía, nostalgia por la lejana tierra africana y los cantos y danzas a sus orishas, para amainar el dolor, la inhumanidad a que eran sometidos.
De Rubier y Dionisia, queda la casa colonial, desafiante con sus tejas francesas, que los negros moldeaban con el barro en sus muslos, horcones de maderas preciosas, pisos originales, soleras y piedras volcánicas que el francés mandó a traer de Canarias.
Hoy el Cafetal La Dionisia, muy cerca de las márgenes del río Canímar, en las afueras de la ciudad de Matanzas, se integra a la Ruta del Esclavo denominada por la Organización de Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (UNESCO), junto al ingenio Triunvirato y el Castillo de San Severino. Personas de todo el mundo llegan hasta el lugar para aprender de esa historia contada por Nemesio Guillén, celoso de preservarla para las futuras generaciones.
La empresa de Flora y Fauna vela por el mínimo detalle. Algunas plantas de café asoman entre la abundante vegetación.
Cuentan que en las noches, de vez en vez, bajo la Ceiba, de casi 200 años muda y robusta, se oye el lamento del esclavo Victoriano, quien pide a gritos que se cuente siempre la historia de aquellos hombres que fueron explotados por otros, para que nunca más se repita…