Soplillar, areíto, machete, nochebuena y niñas con zapatos
Por Efraín Otaño Gerardo
foto tomada de Cubadebate
Cuando la muchachada de mi barrio salía en carretones, bicicletas, y cuanta cosa encontraba para ir a Soplillar, a echar aquellos duraderos juegos de pelota, después de haber dormido poco la noche anterior pensando en cómo podías darle un hit y decidir el juego frente a Chang o Papito Cobas, o la manera de cogerle out a Diego, no imaginábamos que Soplillar, no es sólo el nombre de un lugar, o uno de los bateyes de la Ciénaga. Que ignorantes fuimos o que falta de alguien que nos dijera.
Una parte de la historia estaba ahí, en mi cuadra, en mi barrio, dentro de mis amigos. Jugaba dominó en casa de Carlos Méndez, de pareja con Toto, uno de sus hijos. A Francisca la veía una mujer como las demás.
La otra parte, alrededor del cuadro dónde muchas veces alcancé algunas pelotas o bateaba uno que otro jilito. Tomaba agua en casa de Nemesia o de Lucía y aquellos nombres los encontraba como otros, muy normales.
¡Que ignorante fui o que falta de alguien que me contara!
Después vendrían mis andanzas por Korimakao y las enseñanzas de Porto y de Hydael Faget. El libro: Cuatro años en la Ciénaga de Zapata, significó un punto de giro en mis escasos conocimientos sobre el lugar dónde había nacido hacía más de treinta años.
Conocí de los aborígenes que habitaron mi tierra, de corsarios, piratas y filibusteros que se refugiaron en mi rebelde bahía, de hispanos que trajeron la cultura negra del carbón y comencé a despertar de mi ignorancia y pregunté lo que no me habían contado y aprendí de mambises que lucharon en el humedal, como Eulogio Lobato, patriota del territorio, con su tropa acampada en área de Soplillar, y de sindicatos forestales para defender a los carboneros y de la bandera del 26; izada por primera vez en Punta Perdiz, y supe más de Playa Girón, de la alfabetización; y desde ese momento he querido saber más y más sobre mi terruño (como le dice el historiador y que me gusta)
Ahora no, ahora Nemesia es la flor carbonera, aquella niña terriblemente asustada, que ha crecido y vivido con los horrores del terrorismo, que lloraba ante la pérdida de su madre, mortalmente herida por las balas mercenarias y por ver a sus sueños despedazados, porque sus zapatos, no eran unos zapatos comunes como otros, eran el resultado de sus sueños de niña cenaguera y olvidada por los gobiernos antes del 59. Ni Lucía es la señora que me brindaba el agua de mis juegos de pelota con amabilidad, ella es la niña que Celia se llevó para la Habana a estudiar el arte de la cerámica y que después fundó ese gran centro donde Rita Longa concibiera sus mágicas esculturas de la aldea taína de Guamá. Entonces veo a su ayudante, soplillareno también, Urbano Bouzas, tejiendo entre sus manos algunas de aquellas figuras que parecen bailar al compás del areíto; o a Virulo, de arbitro en los desafíos beisboleros, a niño herido por las balas asesinas que vinieron a Girón intentando borrar la realidad de las transformaciones de la Ciénaga. Ya Carlos y Francisca no solo eran los anfitriones de la casa donde aprendí a mover las fichas del dominó, eran los anfitriones, junto a Pilar y Pelao, ambos de Soplillar, de la primera nochebuena carbonera de la Revolución. Si, porque pronto se van a cumplir cincuenta años de aquel histórico acontecimiento: por primera vez, el primer ministro de un gobierno en Cuba, prefería cenar con los más humildes habitantes del país, los carboneros de Soplillar.
Haydeé y Migdalia, niñas de entonces, hoy miran con regocijo el futuro de sus hijos y nietos. Alina y el Nene Méndez (el niño que Fidel cargó en sus piernas aquella noche de 1959), ven la diferencia -notable por cierto-, de las chozas de antaño y de las casas donde hoy habitan. A Nemesia ya no le preocupan niñas sin zapatos. Y yo veo a otro Soplillar, con el cuadro de pelota, con los amigos de siempre, pero hirviendo de alegría por su proyecto comunitario y la decisión de Kcho y su brigada Martha Machado de realizar una vieja idea de los cenagueros, de rescatar los ranchos donde cenaron Fidel, Celia, Núñez Jiménez, Pedro Miret y otros que acompañaban al líder de la Revolución aquella inolvidable nochebuena del 24 de diciembre de 1959.
La historia revive en cada pedacito de Soplillar lo que ella ha sido capaz de legarle a Soplillar. Por allí pasarán muchos jóvenes y niños, conocerán el porqué esta es una Revolución de los humildes y para los humildes, lo dejó claro el comandante al cenar con la familia de Pelao y de Carlos, y no serán tan ignorantes como lo fui yo en mi tiempo y jugarán a la pelota sabiendo el valor de Nemesia, de Haydeé, de Lucía, Urbano, Migdalia, las familias Méndez Amengual y la familia García, conocerán de las décimas cantadas por Pablo Bonachea aquella vez y que ahora canta su hijo Miguelito con orgullo, y sabrán de la historia de este pueblo que al decir de Rolando Escardó, poeta devenido delegado del INRA en la Ciénaga de Zapata en 1959, en su poema titulado Soplillar:
Mares de nubes, interminables islas bajo el sol y el mundo bajo mis pies sobre el espacio fijo el grave ojos de mis cielos sin temores todos los recuerdo. Hermanos, este el mundo de sueño del mundo. Prefiero irme enterando y entendiendo ( )
Yo también, poeta, prefiero irme enterando y entendiendo
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