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Eneida…

Eneida…
por Bárbara

Seguramente al ver el título pensarán lectores que el trabajo refiere la obra universal de Virgilio, epopeya escrita en latín para complacer a Augusto y mitificar su imperio, que luego, según dicen, el poeta desde su lecho de moribundo mandó a quemar.
Eneida Hernández Sánchez bien merece, no una epopeya escrita en latín, pero sí un libro, porque su vida dedicada enteramente a la noble profesión de enseñar y de mujer avezada convida a contarla, aunque sea en breves líneas.
Tal vez si ahora, desde su sillón de ruedas, en el cual permanece debido a una dolencia lógica de unas cercanas siete décadas, leyera el original de este material, inmediatamente buscaba concordancias, signos de puntuación, párrafos y oraciones, para lograr la perfecta gramática, esa que le acompaña desde que amanece hasta que llega la hora del sueño.
Oriunda del Central España Republicana, a unos 170 kilómetros al este de La Habana, Eneida es locuaz, observadora e incansable escritora de cartas, que intercambia con amigos y amigas de varios países del mundo, siempre en defensa de su terruño.
Formadora de generaciones, unos profesionales, otros obreros calificados, agricultores, amas de casa, dibujantes, científicos, mecánicos, periodistas y peloteros, absolutamente todos le deben aquellos primeros pasos en sujetos y predicados, formas verbales, gerundios y participios, que ella en altos tacones e impecable vestido, repetía y ejemplificaba.
Graduada de la Escuela Normal para Maestros de Matanzas, en la década del 50 del siglo XX y luego licenciada en educación en el Instituto Superior Pedagógico, la maestra fue fiel al aula y sus alumnos hasta que un día llegó la jubilación porque lo exigía su salud.
Cuando solía caminar por las calles del ingenio para visitar a su familia o amistades, el trecho se hacía largo, viejos alumnos detenían su paso y ella, sonrisa a flor de labio, correspondía con cariño y sinceridad.
Aún ahora mismo, tocan a su puerta para preguntar por su salud y llevarle una rosa roja, que nunca falta en el búcaro preferido, junto a la mesita donde reposa, tranquilo y expectante el diccionario.
Eneida, ciñó su cintura con naturalidad cuando era casi “un pecado”, y fue de las primeras mujeres en Cuba que tuvo licencia para conducir, un auto fue regalo de los ahorros de su padre cuando se graduó de maestra.
Impartió clases en escuelas rurales y urbanas, no distinguió raza ni sexo para brindar amor ilimitado.
Cualquiera de sus discípulos, puede estar perfectamente, en una apacible madrugada, repasando ejemplo para despertar en la memoria la sonrisa agradecida.
Todavía su voz suena límpida tal y como si conjugara el mejor verbo en el modo indicativo o cuando, también de las primeras, llegaba en estrechos pantalones al estadio de pelota abarrotado de hombres, para disfrutar un play duro entre España y Pedro Betancourt, con Edwin Walter, Justo Jácome, Roberto Martínez, Cunagua…y gritar a su compañero de toda la vida: “Dale Mariano, que se va…”


3 comentarios

israelito -

no se porque no ubico a eneida en su silla de rueda es como si el tiempo no se hubiera movido para mi todavia estoy en el central en los 80 eramos tan diferentes

barbarisima -

Gracias amigo César!!! percibo que eres un fiel lector de Barbarisima, muchos cariños para tí

Cesar -

Te pasaste! Me sacaste una lagrima.
Me encanto este tributo,solo que te falto decir que tambien fue una de las mujeres mas hermosas que hubo.
Felicitaciones a ti,muy lindo articulo,un abrazo,
Cesar