Nemesia cuenta esta historia debajo de un soplillo
Juliana Montano estrenaba 40 años de edad, estaba feliz, sus hijos iban a la escuela y -desde hacía unos días- la cooperativa daba la posibilidad de adquirir productos nunca antes vistos en aquella zona intrincada de la geografía de Cuba.
Atrás quedaban los días de la guagüita de línea sobre agua y fango en tiempos de llenante de la ciénaga. Juliana pensaba aquella mañana, que a pesar de la pobreza y humildad en la que vivían, nunca antes la familia había sentido tanta dicha.
Mientras se ocupaba de los quehaceres matutinos, el olor a leña ardiente inundaba su espacio. Ahora por el saco de carbón pagaban buen precio; la Revolución se ocupaba de llevar maestros y médicos al sitio, donde -hasta hacía apenas pocos meses- las personas se morían como bestias.
Estaba tan ocupada en su faena, que no advirtió el ruido inusual de la mañana. De pronto, le llegaron más cerca las voces de su esposo e hijo mayor, instando a apurarse que hay que irse, hay un desembarco por Girón, paracaídas y aviones"...
Juliana recogió lo que pudo, su hija Nemesia guardaba la mejor ropa y los zapatos blancos comprados recientemente en la tienda del pueblo. El único par decente que había tenido en sus 13 años de vida.
Al camión subieron rumbo a Jagüey Grande. El hijo mayor conducía apurado; su esposo y la suegra iban en la cabina; en la parte de atrás, Juliana y cinco niños. Nemesia era la mayor
Por el camino sobrevolaba el avión con insignias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba que, repentinamente, lanzó bombas, sin tener en cuenta los pasajeros del camión ni las sábanas blancas que mostraban en señal de paz. Juliana arropó a los niños, los agrupó en una esquina y se levantó rauda a tocar en el techo de la cabina para que su hijo detuviera el motor No hubo tiempo, en instantes la metralla la atrapó, tal vez miró a sus hijos y sonrió .
Yo pensaba que podía salvar a mi mamá cuenta entre sollozos Nemesia Rodríguez Montano, 50 años después. No quería irme, el bombardeo le arrancó uno de los brazos; pero creí que era solo eso mi padre, pálido, levantó la sábana que la cubría. ¡Yo vi a mi madre por dentro!"
Nemesia se agita, mientras sostiene en su mano la foto de Juliana. Nunca he logrado sobreponerme a ese hecho que marcó nuestras vidas. Mis hermanos y yo, los que íbamos en el camión ese 17 de abril de 1961, cuando nos encontramos, lloramos. Los médicos me dicen que evite hacer la historia; pero aunque me ponga mal, tengo que contar. Los más jóvenes necesitan saber".
En Soplillar, pequeño asentamiento poblacional de la Ciénaga de Zapata, conviven en perfecta armonía hornos de carbón junto a la biblioteca comunitaria; obras instauradas allí por Alexis Leiva (Kcho) y la Brigada Martha Machado; la Cooperativa de Créditos y Servicios; cateyes y cotorras; el consultorio médico . Nemesia, con 63 años de edad, mira al tiempo.
En la sala de su casa, sobria, la fotografía de Juliana ocupa lugar privilegiado. Su rostro joven y hermoso es denuncia perenne a la injusticia. Ella fue de las víctimas civiles de la invasión mercenaria de Bahía de Cochinos, aviones simuladores cegaron su vida.
Nemesia, debajo de un árbol de soplillo, vuelve sobre aquella mitad de abril que abrió la herida sin cicatriz. Con la mirada fija en la distancia piensa en voz alta:
El milagro de mi vida fue la Revolución. Si existiera la posibilidad de pedir otro milagro, quisiera retroceder y no ser yo, que no me hubiera sucedido vivir la Revolución con mi familia, disfrutar de los beneficios que trajo para todos.
Hoy escucho los pájaros cantar, le temo al viento, algo que asumí de mi mamá. No hay quien me arranque de la Ciénaga. Cuando estoy muy triste, soy capaz de caminar muchos kilómetros, claro, despacio, por el monte"...
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